Es como la lluvia en una película muda, o como un barco en el fondo del mar, o como una galería de espejos a la hora de cerrar, o como la tumba del ventrílocuo mundialmente famoso, o como el rostro de la novia cuando se sienta a mear después de hacer el amor toda la noche, o como una camisa secándose en el tendal sin una casa a la vista… Bueno, vas pillando la idea. De 'El monstruo ama su laberinto', Charles SIMIC.

Mi vecina y los maestros

15/3/12 | |

-Acuso a mis maestros -dijo Wolf- de haberme hecho creer, con sus enseñanzas y las de los libros, en una posible inmovilidad del mundo. De haber hecho que mis pensamientos se estancaran a un determinado nivel (nivel que por otra parte, ni ellos eran capaces de definir sin contradicciones), y de haberme hecho pensar que algún día, en algún lugar, podía existir un orden ideal.
-Pero esto es una creencia alentadora -dijo el señor Brul-, ¿no le parece?
-Cuando se da uno cuenta de que no lo alcanzará jamás -dijo Wolf-, y que hay que delegar su disfrute a generaciones tan lejanas como las nebulosas del cielo, este aliento se convierte en desesperación y lo precipita a uno al fondo de sí mismo como el ácido sulfúrico precipita las sales de bario, para explicarlo en un lenguaje escolar. Y aún en el caso del bario el precipitado es blanco.
Boris Vian, fragmento de La hierba roja.