Es como la lluvia en una película muda, o como un barco en el fondo del mar, o como una galería de espejos a la hora de cerrar, o como la tumba del ventrílocuo mundialmente famoso, o como el rostro de la novia cuando se sienta a mear después de hacer el amor toda la noche, o como una camisa secándose en el tendal sin una casa a la vista… Bueno, vas pillando la idea. De 'El monstruo ama su laberinto', Charles SIMIC.

Uno de Berlin

10/3/16 | |

NUESTRO FARO
Traducción de Carlos Úcar.

¡Hola! ¡Estaba soñando! Pero no era un sueño con imágenes. Podía oler las galletas suecas de mi madre. Aquí mismo, en esta habitación. Aquí mismo.

Vivíamos en un faro, yo y mis siete hermanos, en el río Sainte Marie. En un faro, no hay lugar donde colocar las cosas, menos aún donde esconderlas, pero mi mamá podía, sin duda, esconder las galletas. Sin embargo, siempre me las arreglaba para encontrarlas. Bajo un lavabo. ¡Una barra de pan de plátano en la bota de papá!

Los inviernos eran duros, terribles si teníamos que mudarnos a la ciudad. A un antro de una habitación con una estufa de leño, todos durmiendo en el suelo. Mi padre trabajaba en una estación ferroviaria de clasificación cuando conseguía trabajo. Odiaba ese trabajo. No era bebedor pero se volvía cruel en invierno y nos daba palizas a todos nosotros y a mamá, simplemente por agotamiento y reclusión, por estar lejos del río.

Ninguno de nosotros apenas podía esperar a que llegara la primavera. Cada día, en cuanto empezaba el deshielo, bajábamos a comprobar las compuertas, a la espera de que el cenagoso hielo se quebrara y los barcos pasaran.

Queda la sensación de que nunca llegamos a ver el último fragmento de hielo descongelarse. Un día te levantabas y se podía oler en el aire. La primavera. Continuar leyendo.
Lucia BERLIN.