
¿Qué voces entreoído, qué retazos de dioses esplendorosos sorprendido entre el manchado follaje del papel de la pared, qué cabos de vela encendido para que bailotearan sobre él en el aire, presagiando, el cigarrillo entre los labios, con que él o un amigo se quedarían dormidos algún día para sucumbir entre sales ardientes y secretas, guardadas durante años por la borra insaciable de un colchón que conservaría restos de sudor de todas y cada una de las pesadillas, de una vejiga incontinente y desbordada, de poluciones nocturnas derramadas con depravación y los ojos anegados en lágrimas, semejante al disco duro de un ordenador delos derrotados?
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Lo mismo sucedería durante el entierro vikingo del marinero, cuando el colchón ardiera a su alrededor y con él, codificados y archivados, los años de inutilidad, la muerte prematura, la autodestrucción, el implacable derrumbamiento de toda esperanza, la impronta de todos cuantos habían dormido en él, hubiera sido su vida como hubiese sido; todo dejaría de existir para siempre cuando el colchón ardiera. Se quedó pasmada mirándolo. Como si acabara de descubrir aquel proceso irreversible.
Traducción de Antonio-Prometeo Moya.