
Hablábamos por hablar; del clima, de comida, del edificio ocupado en la otra cuadra. Hablábamos de Puerto Rico, también, ese país-paradoja que no tenía derecho a votar por ningún presidente. Marita era del partido independentista, es decir que pertenecía al cuatro por ciento que en 1993 había votado por separarse de Estados Unidos. Para el siguiente plebiscito, el de 1998, Marita ya estaba en Buenos Aires y ya tenía una pierna menos. Me dijo esto y se rio —tenía una capacidad envidiable para reírse de sí misma. A veces decía «toco madera», y se daba unos golpecitos con los nudillos en la pierna artificial—, porque cuando le dijeron que tenía cáncer en la cadera, un cáncer raro del hueso, lo primero que hizo fue viajar a Estados Unidos a operarse. «No necesité visa para entrar», dijo riendo. Sí, podía reírse de todo, y estoy segura de que se habría sacado la pierna de plástico y habría bailado para mí, dando saltitos en un solo pie, si yo hubiera tenido el valor de pedírselo.
Fragmento de
La ciudad invencible,
Fernanda Trías (
Laguna Libros, Colombia, 2019).