El ojo del dragón
El pastor se acercó a la hoguera donde la noche anterior
habían quemado a la bruja. De entre las cenizas todavía
tibias rescató un hueso largo, ennegrecido, que luego
ahuecaría con paciencia para poder soplar por él y sacar
música. Cada vez que salía melodía del agujero del hueso, un
monasterio, en algún lugar del mundo, se incendiaba. Cada
vez que el instrumento del músico sonaba, una monja cedía
a la tentación. Era un fuego dulce, que miraba desde lejos la
apariencia de las cosas y las convertía a su danza, crepitando.
Rafael Courtoisie.