Momentos de absoluta soledad, en los cuales nos damos cuenta de que no somos más que un punto de vista, una mirada. Nuestro ser nos ha abandonado y en vano corremos tras él, tratando de retenerlo por el faldón de la levita.
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Hace una semana una anciana del último piso, días atrás el portero del edificio, ayer el vecino de los altos: regularmente esta casa va evacuando a sus muertos. Ellos veían por su ventana la plaza que yo veo, empujaban con su mano el portón que yo empujo, subían con sus pies la escalera que yo subo, saludaban con su bonjour a los inquilinos que yo saludo. Ahora ni ven, ni empujan, ni suben, ni saludan. Y no ha pasado nada.
Julio Ramón Ribeyro. Prosas apátridas.