
Entro a la cocina y veo a mi mujer sumergida bajo centenares de platos, tazas, fuentes, ollas, copas, cubiertos, coladores, espumaderas, aparatos eléctricos, tratando de limpiarlos y ponerlos en orden. Y me digo que no hay nada peor que caer bajo la dominación de los objetos. La única manera de evitarlo es poseyendo lo menos posible. Toda adquisición es una responsabilidad y por ello una servidumbre. De allí que ciertas tribus recolectoras de Australia, Nueva Guinea, Amazonía, hayan decidido no poseer nada lo que, paradójicamente, no es un signo de pobreza sino de riqueza. Eso les permite la movilidad, la errancia, es decir, lo que no tiene precio: la libertad.
Julio Ramón Ribeyro. Prosas apátridas.