15/7/25

Los territorios salvajes...

Es una mañana plateada como otra cualquiera. Estoy sentada ante mi escritorio. Y suena el teléfono, o alguien llama a la puerta. Yo estoy enfrascada en la maquinaria de mis cavilaciones. A regañadientes me levanto, contesto el teléfono o abro la puerta. Y la idea que acariciaba ya con las manos, o con la punta de los dedos, se desvanece. 
El trabajo creativo requiere soledad. Requiere concentración, sin interrupciones. Requiere la totalidad del cielo para surcarlo y ningún ojo que observe hasta que alcance esa certeza a la que aspira, y que no necesariamente posee de inmediato. Es decir, intimidad. Un espacio aislado; para deambular, roer lápices, garabatear y borrar y de nuevo garabatear.
Pero en ciertas ocasiones, si no muchas, la interrupción no proviene de otro, sino del propio yo, o de un yo dentro del yo que silba y aporrea la puerta y se tira en bomba en el estanque de la meditación. Y ¿qué te dice? Que has de llamar al dentista, que te has quedado sin mostaza, que el cumpleaños de tu tío Stanley es dentro de dos semanas. Por supuesto, reaccionas. Y luego vuelves al trabajo, sólo que los duendecillos de las ideas han huido y desaparecido entre la bruma.

Fragmento de LOS TERRITORIOS SALVAJESDE LA CREACIÓN (de el libro La escritura indómita), de Mary Oliver. Trad. Regina López Muñoz.