Es como la lluvia en una película muda, o como un barco en el fondo del mar, o como una galería de espejos a la hora de cerrar, o como la tumba del ventrílocuo mundialmente famoso, o como el rostro de la novia cuando se sienta a mear después de hacer el amor toda la noche, o como una camisa secándose en el tendal sin una casa a la vista… Bueno, vas pillando la idea. De 'El monstruo ama su laberinto', Charles SIMIC.

Ahora que viene Bogotá 100 palabras, tercera edición

7/5/19 | |

"En el arte de escribir microrrelatos hay una técnica y un misterio -dice Ana María Shua, autora de La sueñera y Botánica del caos, obras maestras del género-. El misterio es una cuestión de minería: cómo seguir la veta hasta encontrar la idea, esa piedra en bruto que quizás sea una gema y quizás no. La técnica es la de los talladores de diamantes: pulir y limar hasta convertir la piedra en un diamante perfecto. Si tiene la más mínima imperfección, hay que descartarlo de inmediato, ponerse la lámpara de minero y salir otra vez a recorrer socavones."

Giselle Aronson es, como Shua, autora de microrrelatos y también de novelas. "Escribir microrrelatos, para mí, es jugar con el lenguaje, relajarme. Es lo que sale espontáneamente cuando me dispongo a escribir. Para el cuento, para la novela, hago un trabajo más pormenorizado, con otra dedicación, otra elaboración. Esto no significa que el microrrelato sea fácil o simple", dice. Escribir un microrrelato implica condensar sentidos, concentrar tramas y calcular un efecto intenso con pocos recursos. "Es la vehemencia de la precisión, el golpe certero, la estocada directa -señala la autora de Dos-. La escritura del microrrelato se completa en la lectura, en el trabajo que hace el lector al reponer el sentido final. En la microficción valen de igual modo lo dicho y lo elidido." Para Aronson, el microrrelato "es un ménage à trois conformado por la mano de quien escribe, el ojo de quien lee y lo que queda en el anverso de las palabras".