Es como la lluvia en una película muda, o como un barco en el fondo del mar, o como una galería de espejos a la hora de cerrar, o como la tumba del ventrílocuo mundialmente famoso, o como el rostro de la novia cuando se sienta a mear después de hacer el amor toda la noche, o como una camisa secándose en el tendal sin una casa a la vista… Bueno, vas pillando la idea. De 'El monstruo ama su laberinto', Charles SIMIC.

Un cuento de 'Saña'

10/5/19 | |

Jano

Empieza su discurso con voz pausada. Apenas entiendo sus palabras. Es un hombre de unos ochenta años, pequeño, de calvicie moderada, ojos claros, pestañas rizadas: la elocución es débil, el tono, académico. Agradece cumplidamente los elogios, la condecoración, la asistencia de los amigos y de las amigas, la presea, los discursos de sus predecesores. Pide permiso luego para leer un largo poema.

Su voz se asienta, las palabras adquieren la dicción exacta, asume la complejidad y la intensa tonalidad de un cantante de ópera, luego, la de un solista que canta un oratorio en una iglesia; su voz retumba, aumenta, se desdobla, cada palabra adquiere su mayor densidad.

Termina de leer, agradece, es de nuevo un anciano conmovido de voz entrecortada.
Margo Glantz.