Los perros me alcanzan y me destrozan la cara. Me cubro con las manos demasiado tarde. No puedo parar el chorro de sangre caliente y dulce. Acudo a un espejo y veo, por fin, mi cara: soy un perro. Tengo la boca untada de sangre, tengo los dientes mojados. Me lamo con regocijo. El sabor de la carne fresca me enloquece. El hombre ha dejado de gritar y no se mueve. Podemos seguir desgarrando a nuestro antojo.
Triunfo Arciniegas.OFRENDA
Es tan hermoso que hiere mirarlo. Se desnuda como un dios en los bares. Las mujeres que cada noche le arrojan su ofrenda de monedas, enferman de una melancolía incurable.
Triunfo Arciniegas.
Ilustración de Sara Fanelli.