Estos son los restos de la noche. El dolor quema sus cartuchos de pólvora autodestructiva y mi dulce Pandiaco Girl se asoma a los abismos de Carlos Gardel, sumergiéndose en otra personality crisis de la que espera no salir.
Son las doce, tu rostro muerto nunca fue tan bello. Acero y glicerina, otra vez la distorsión. ¿Quién será la próxima víctima?
Consumo la última línea, el viaje derrapa en Islas de Encanta traducidas al checo y un Ferney zombie compra postales de Londres, para sus amigos; denso, el aire despaloma migajas de Stone Roses con aromas a lo T-Rex.
Mi noche quema, revienta la fibra insensible de mi sosiego y explota...vas a ver toda la miseria que causé.
Hasta que nos encontremos de nuevo, Pandiaco girl.
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Es la una, pienso que el dolor es impostura, sólo una bonita forma de ocultar algo que se está pudriendo dentro de mí. Alguien toca la cuerda de una guitarra, nada pasa...bueno, me estoy quedando calvo.
Por algo se empieza. Hay un pastel en la nevera, un cadáver dentro de mí y un rostro ridículo ante el espejo.
También están los amigos, esos bastardos de fibra de vidrio y ojos dulzones.
¿Y ella?, ella viaja en su nube prefabricada y escribe un guión para una radionovela.
Miro por la ventana, ya no hay loro, no hay amigos payaneses, ni vírgenes preinfarto. Sólo queda la sensación de ser un rarito y eso no sirve para un carajo.
Ilustración de Giovanni Clavijo.