Es como la lluvia en una película muda, o como un barco en el fondo del mar, o como una galería de espejos a la hora de cerrar, o como la tumba del ventrílocuo mundialmente famoso, o como el rostro de la novia cuando se sienta a mear después de hacer el amor toda la noche, o como una camisa secándose en el tendal sin una casa a la vista… Bueno, vas pillando la idea. De 'El monstruo ama su laberinto', Charles SIMIC.

Club de suicidas por Augusto Effio

1/7/12 | |


Un cuento encontrado en Gambito de Peón

"Hola, soy Carmen, lo del mercurio inyectado en la sangre lo leí en una indigesta novela policiaca, es un mito tonto como el de la burbuja de aire o el chorro de agua, se los puedo asegurar, tomó la iniciativa una atractiva morena de ojeras pronunciadas y ropa ajustada al cuerpo. Ya me conocen, la asfixia es mi especialidad, asumió la posta un cara cuadrada de aspecto vulgar y tristón, pues ayer eché a perder el collar de perlas de mi madre, y la dulzura de esa piel ancestral atravesando mi garganta, me prodigaron los mejores seis minutos que puede resistir uno sin aire en los pulmones, y un fingido tormento envaneció su sentencia, restándole mérito a la confesión. Acto seguido, al ver a mi vecino luchando por ponerse de pie, un tipo con decidido aspecto de pez al que le extirparon recientemente las branquias, retirando gasas y costras de sus aletas, entiendo que lo sensato es abandonar la sesión. Ya en la calle, repaso de memoria mi fallida intervención, sí señores, lo acepto, no soy un profesional en estos menesteres, así que díganme, ¿qué hace uno, luego de cruzar la línea?"
Augusto Effio© Ilustración de Giovanni Clavijo