No le digo más que la verdad, señor. La máquina bajó sin que yo accionara el pedal. Hizo un ruido pegajoso, como una bestia enardecida por un golpe, y después bajó y siguió bajando con mis dedos en la ranura que todavía estaban acomodando el material.
Era bastante tarde porque Gómez ya se había ido y los demás todavía teníamos en las caras esa felicidad estúpida de los últimos cinco minutos que hace que nos parezcamos bastante y que pensemos que estamos ya un poco afuera aunque los ojos nos griten que estamos bien adentro. Entonces el dedo cayó al piso, de golpe, junto con el anillo. Una sirena comenzó a sonar y todos se miraron las manos inmediatamente. Fue un segundo, nada más. Yo también miré mis manos, las comparé y vi que a una le faltaba algo. Era una mano extraña, una mano triste de cuatro dedos. Me parece que en realidad nunca había mirado mis manos hasta ese momento.
Los demás comenzaron a reír, creo que de alegría. Y yo también comencé a reírme, sin poder entender por qué. Pero, ahora que lo pienso, debe haber sido algo parecido a las risas, pero no risas.
Aguilera siempre es el primero en llegar a los dedos. Esta vez lo tomó como si fuera una piedra o una tuerca y me miró como si yo también fuera una tuerca. Me sentí completamente en sus manos. Temí que comenzaran a jugar como con el dedo de Ramón, que anduvo volando entre nosotros hasta que nos cansamos de verlo girar en el aire.
Pero después pensé en Eusebio, que, gracias a su dedito grasoso, se había comprado una camioneta y un lote en Villa Martelli, y eso que no era un dedo importante. Con este dedo quizá me podría levantar la pared del fondo que da al sur con ladrillos para que no entre tanto frío y me queda
Aguilera acomodó el dedo como si fuera un niño en una caja de cartón y los demás dejaron entonces de reírse o de lo que fuera; y nos fuimos con Aguilera caminando callados hasta el puesto sanitario que está en la lomita, con el dedo sonando en la caja como una piedra roja o como un niño encerrado.
En el puesto lo cosieron y dijeron que quedaría duro y un poco celeste, aunque yo lo veo cada vez más oscuro.
Por eso, señor, quisiera saber si lo mismo voy a tener aunque sea como para levantarme la pared del fondo.
Fotografías de Alexander Rodchenko.