Un cuento de Tomás González, "el secreto mejor guardado de la literatura colombiana", perteneciente al libro El rey del Honka-Monka (Norma).
Víctor viene de regreso.
Me dijeron que caminara tres cuadras hacia el norte y que doblara a la izquierda. Que entonces caminara media cuadra y que del lado East de la calle y medio escondido por las ramas de una magnolia encontraría el signo de la parada del bus. A cada paso cascabeleaban en mi maleta las maracas del mico habanero de pilas que hace ya doce años le compré a la niña antes de salir de Nueva Orléans, donde viví casi tres. Y la magnolia y el aviso estaban ahí, en el centro de un círculo casi perfecto de flores caídas.
Cuando soplaba el viento, el clima parecía frío; pero en realidad hacía calor y la piel se sentía pegajosa y se sudaba. Y en el calor los recuerdos empezaban a oler, como un perro muerto en un manglar al mediodía: “Maldito loco”, había dicho ella con la sangre manándole de la boca y las narices.
En el bus el aire acondicionado me secó las sienes y la espalda. Seis o siete paradas, dijeron, y se baja frente a un edificio grande, con dos chimeneas, que es la compañía eléctrica. Pregúntele al chofer. Ahí hay una estación de subway. Pero entonces me olvidé de preguntar y nos pasamos, y el chofer detuvo el bus y dijo que era la última parada. A dónde quería ir, me preguntó, y yo se lo dije. Mejor tome el tren, me dijo y señaló hacia donde yo debía caminar. Se puede devolver en bus pero de aquí salen cada hora los domingos, dijo; mejor váyase en tren. Cuatro o cinco cuadras y allá iba a ver las carrileras elevadas.
Continuar leyendo...
::: Ilustración de Wilson Borja (no confundir con el otro Wilson Borja), excelente ilustrador y animador egresado de la Universidad Nacional.