La Sra. Rodríguez y otros mundos.
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La señora Rodríguez reconoció una bolsa igual a la suya en el supermercado. Colgaba del hombro de una anciana, a quien la señora Rodríguez comenzó a seguir sin atreverse a hablarle. La anciana compró jitomates, plátanos, papel de baño y detergente; la señora Rodríguez compró lo mismo y recordó el boleto a Europa que nunca había comprado. "Hoy lo compraré", se prometió. La anciana se recargó en la caja registradora y buscó su monedero para pagar; de la bolsa emergieron un chupón, un chicle masticado, un rosario de sándalo y un kleenex sucio, antes que el monedero. Mientras tanto la señora Rodríguez hizo lo mismo, recordando de pronto todas las limosnas que había negado en su vida. "Llegando a casa mando un cheque al hospicio", volvió a prometerse. La anciana se apoyó en su bastón para salir a la calle y la señora Rodríguez, sintiéndose cansada, pensó que nunca tuvo tiempo de visitar a su tía Clotilde, que acababa de morir. "Pondré su retrato en la sala en cuanto llegue a casa", prometió por tercera vez la señora Rodríguez. La anciana dio vuelta a la derecha en la primera esquina, que era por donde la señora Rodríguez daba vuelta todos los días, de cada semana, de cada mes, año tras año. La anciana caminó tres cuadras; la señora Rodríguez iba tras ella, a pesar de que sentía que se asfixiaba al recordar el novio con el que se casó. "Al llegar lo primero que haré será buscar su número en el directorio telefónico." La anciana se detuvo frente a la casa de la señora Rodríguez, sacó una llave de su bolsa y abrió la puerta. La señora Rodríguez corrió, pero no alcanzó a llegar antes de que aquélla cerrara. La señora Rodríguez tocó, gritó, timbró, sin que nadie le abriera y, por más que buscó en su bolsa, no pudo encontrar la llave de su casa.
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La señora Rodríguez decidió limpiar su bolsa para empezar bien el día. La abrió como si fuera la primera vez y, con la misma devoción con que había metido cada objeto, los fue sacando de nuevo uno por uno. Lo primero que apareció fueron unas plantillas del número cinco. La señora Rodríguez las tiró a la basura, quitándose a un tiempo los zapatos y arrojándolos a un rincón. En ese momento su suegra se le borró por completo de la memoria. En tobimedias, la señora Rodríguez sacó de su bolsa una postal de Acapulco, enviada por su sobrina Laurita; y se quitó el suéter porque le dio calor. Nunca más la señora Rodríguez se volvió a acordar de Laurita, ni de su cuñada, ni de su hermano. La señora Rodríguez se despojó de la blusa y el pantalón, tras haber sacado de la bolsa el chupón de Carlitos, los zapatitos de charol de Susanita, el vestido de sus quince años y la cuenta del teléfono de febrero de 1965; con lo que la señora Rodríguez se olvidó por completo de Carlitos, de Susanita y de todo lo ocurrido antes de 1965. En el instante en que la señora Rodríguez tiró su acta de matrimonio, se quitó la argolla de casada y, de paso, el recuerdo del señor Rodríguez. Después de vaciar la bolsa, la señora Rodríguez se miró en un espejo y no se reconoció. El señor Rodríguez la encontró desnuda, gateando por la sala, arrastrando la bolsa, cuyo contenido se hallaba regado por la casa. El señor Rodríguez comprendió lo sucedido y se apresuró a meter todo en la bolsa antes de que fuera demasiado tarde. En su prisa revolvió los días con las noches, presente con pasado y juntó un miércoles con un viernes santo. Al terminar de cerrar la bolsa vio su reloj: eran las siete de la mañana del día 19 de septiembre de 1985. La señora Rodríguez recuperó la memoria en medio de un temblor de ocho grados en la escala de Richter. Dentro de la bolsa reinaba el caos.
Texto tomado de Éntrale a leer.
Fotografía de Bettmann.
Fotografía de Bettmann.