Es como la lluvia en una película muda, o como un barco en el fondo del mar, o como una galería de espejos a la hora de cerrar, o como la tumba del ventrílocuo mundialmente famoso, o como el rostro de la novia cuando se sienta a mear después de hacer el amor toda la noche, o como una camisa secándose en el tendal sin una casa a la vista… Bueno, vas pillando la idea. De 'El monstruo ama su laberinto', Charles SIMIC.

El viejo titiritero y la Muerte

15/7/07 | |

Salió de su casa con el teatro al hombro. Iba silbando como todos los domingos y en el camino lo atajó la Muerte.
Entonces, el titiritero sacó del bolsillo un títere casi tan viejo como él. Era el Anunciador. Lo calzó en la mano derecha —su acostumbrado cuerpo, su piel— y con la voz del Anunciador le dijo a la Muerte:

—Respetable señora, le ruego espere unos minutos. Él —y señaló al titiritero— jamás llegó tarde a hacer un espectáculo y quiere justificarse. ¿Comprende?
La Muerte dio un paso atrás.
El viejo titiritero guardó el títere en el bolsillo. Cruzó la calle. En la esquina había un teléfono público. Metió una moneda en la ranura, marcó un número y dijo:
—Habla el titiritero para disculparse. Hoy no puede hacer la función.
Volvió a cruzar la calle con el teatro al hombro. Sabía quién lo estaba esperando en la vereda de enfrente.

Javier Villafañe; Los ancianos y las apuestas. Editorial Sudamericana. Buenos Aires. 1990
::: Avioncitos de papel, por si no tienen plan para estas vacaciones.