Es como la lluvia en una película muda, o como un barco en el fondo del mar, o como una galería de espejos a la hora de cerrar, o como la tumba del ventrílocuo mundialmente famoso, o como el rostro de la novia cuando se sienta a mear después de hacer el amor toda la noche, o como una camisa secándose en el tendal sin una casa a la vista… Bueno, vas pillando la idea. De 'El monstruo ama su laberinto', Charles SIMIC.

Dorothy, hermosa y maldita

13/2/13 | |

El banquete de palabras 
Dorothy Parker.

 Aquel fue un año de locos, un año en que las cosas que debían haber ocurrido a su debido tiempo salieron de cualquier manera. Fue un año en que la nieve cayó copiosa y duradera en pleno abril, y los periódicos sensacionalistas publicaron fotos de chicas vestidas con pantalones cortos tomando baños de sol en el Parque Central en pleno enero. Fue un año en que, pese a la gran prosperidad reinante en la nación más rica, no podías andar cinco manzanas sin que los mendigos te pidieran limosna; en que no era infrecuente ver mujeres llamativas, de paso vacilante, vestidas con trajes caros, exhibirse en lugares públicos; en que los mostradores de las farmacias rebosaban de pastillas para tranquilizarte y de pastillas para animarte. Fue un año en que muchas esposas, colocadas en los altares, apenas unos pulgadas por debajo de los santos, árbitros de la etiqueta, veneradas anfitrionas, arquitectas de menús memorables, de golpe y porrazo preparaban la bolsa de viaje y el joyero y huían a México en compañía de jóvenes ambiguos dedicados al arte; en que los maridos que habían regresado a casa todas las noches no solo a la misma hora, sino en el mismo minuto de la misma hora, regresaban a casa una noche más, decían unas cuantas palabras y luego salían por la puerta que no volverían a cruzar jamás.
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