Los dos niños lo miran en silencio, Marco con una mirada agrandada, como si las siderales distancias entre el niño y el hombre se resumieran, en él, en un sentimiento que la infancia no sabe descifrar, pero que le dilata las pupilas. La niña, en cambio, a quien por hacerle gambetas a la muerte continúan llamándola así: “niña”, abre la boca, hace pompas con su saliva y no pregunta. Los dos niños, sus hijos, miran los círculos que Marcelino va dibujando en la arena, y que se encaraman en galaxias desordenadas, como los sentimientos, como la rabia y el amor, y esas ganas de hacer gemir a Carmen. De pronto, el índice huérfano, descolgado de la axila del pulgar, se detiene. No hay indecisión en la mano monstruosa.
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Giovanna Rivero.