El mundo de los adultos nos interesaba poco y nada, a lo sumo nos provocaba una
cierta curiosidad de entomólogo. Los grandes con sus razones arbitrarias, con sus
motivos importantes, sus gestos, sus maneras, sus enojos, sus castigos absurdos, el
mucho o poco amor que nos daban según el caso, sus premios y sus penitencias, el
derecho que creían tener sobre nosotros. Los queríamos, pero había una suerte de
compasión en nuestro afecto.
Desplegábamos nuestro mundo a sus espaldas. Un mundo luminoso donde
convivían animales parlantes, criaturas nacidas de cruzas imposibles, insectos
grandes como vacas y vacas pequeñas como escarabajos, ropas que a la noche en el
tendedero se convertían en fantasmas, árboles que tenían garras en vez de ramas,
batallas de flores, germinadores, faroles chinos alimentados de luciérnagas. Cuanto
menos supieran ellos de nosotros, mejor.
Selva Almada. Fragmento de Niños, un cuento que hace parte de El desapego es una manera de querernos.