Es como la lluvia en una película muda, o como un barco en el fondo del mar, o como una galería de espejos a la hora de cerrar, o como la tumba del ventrílocuo mundialmente famoso, o como el rostro de la novia cuando se sienta a mear después de hacer el amor toda la noche, o como una camisa secándose en el tendal sin una casa a la vista… Bueno, vas pillando la idea. De 'El monstruo ama su laberinto', Charles SIMIC.

Bokko-Chan, un cuento japonés de robots

5/8/24 | |

  El robot era una auténtica obra maestra. Y además era un robot femenino. Su origen artificial lo convertía en una belleza perfecta. Ninguno de los encantos capaces de hacer seductora a una chica había sido olvidado. Sin embargo, parecía un tanto mojigata; era su única nota discordante. Pero, ¿no creen ustedes que un aire algo mojigato puede a veces ensalzar aún más la belleza?
  Nunca nadie había construido antes un robot como aquel. De hecho, era absurdo crear un robot destinado a efectuar tareas sólo humanas cuando por el mismo precio, uno podía recurrir a una máquina más competente o alquilar los servicios de obreros calificados de los muchos que llenaban las páginas de demanda de empleos.
  El robot había sido construido en sus ratos libres por el dueño de un bar. Como todo el mundo sabe el dueño de un bar nunca beberá demasiado a menudo en su propio establecimiento. Nuestro hombre afirmaba que el alcohol potable era un producto de comercio, y consideraba deshonroso consumir aquel bien para su uso particular. Los borrachos inveterados que frecuentaban su bar contribuían a proporcionar el dinero necesario para la realización de su único vicio… que era precisamente construir una chica robot.
Shin'ichi Hoshi.
Traducción de Sebastián Castro.