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Emmerich vaciló, se mordió el labio. Hubiera querido confesárselo todo: sus errores, sus flaquezas, sus locuras; necesitaba, por encima de todo, justificar el errático rumbo de su vida, e incluso ganarse un poco su simpatía. Pero era inútil, ¿Cómo podría hacérselo comprender? Mejor que tuviera otra noche tranquila.
Emmerich vaciló, se mordió el labio. Hubiera querido confesárselo todo: sus errores, sus flaquezas, sus locuras; necesitaba, por encima de todo, justificar el errático rumbo de su vida, e incluso ganarse un poco su simpatía. Pero era inútil, ¿Cómo podría hacérselo comprender? Mejor que tuviera otra noche tranquila.
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Colgó rápidamente y se quedó mirando al suelo un momento. Se sentía terriblemente cansado, y admitió, de pronto, con desacostumbrado candor, que hacía años que estaba cansado, aburrido de todo, que se movía en la vida como un autómata sin alma, como el mecanismo de un reloj.
Fragmentos de La jungla de asfalto, de W.R. Burnett. Traducción de José M. Claramunda.