Él y yo
Él tiene siempre calor; yo, siempre frío. En verano, cuando hace verdaderamente calor, no hace sino lamentarse del gran calor que tiene. Se indigna si ve que, por la noche, me pongo una rebeca.
Él sabe hablar bien varios idiomas; yo no hablo bien ninguno. Él logra hablar, a su modo, hasta los idiomas que no sabe.
Él tiene un gran sentido de la orientación; yo, ninguno. En las ciudades extranjeras, después del primer día, él se mueve con la ligereza de una mariposa. Yo me pierdo en mi propia ciudad; tengo que preguntar para volver a mi casa. Él odia preguntar; cuando vamos por ciudades desconocidas, en coche, no quiere que preguntemos a nadie y me ordena que mire el plano. Yo no sé mirar los planos, me armo un lío con los circulitos rojos, y él se enfurece.
A él le gustan los museos, y yo los visito haciendo un esfuerzo, con una desagradable sensación de deber y de fatiga. A él le gustan las bibliotecas; yo las odio.
Le gustan los viajes, las ciudades extranjeras y desconocidas, los restaurantes. Yo me quedaría siempre en casa, no me movería nunca de ella.
Natalia Ginzburg.