"Experimentó la sensación de vértigo, calor y asfixia, y se detuvo. La avalancha humana la empujó brutalmente hacia la entrada de un establecimiento. Aturdida, miró en torno suyo. Y, de inmediato, vio los ojos. No supo más. Sólo eso. No podía haber dicho qué color tenían, cuál era su tamaño. Unos ojos, sencillamente. Y, sin embargo, se sintió morir". Fragmento del cuento La hora del dragón, de René Marqués.
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