Luis no era nada, no valía nada. Y para colmo era el hombre con más mala suerte del mundo. Subió un escalón para ver como se veía la gente veinte pisos abajo: se mareó.
Pero suicidarse era de cobarde: bajó la cornisa. Por otro lado, para suicidarse había que tener huevos, y Luis sí que tenía huevos: subió a la cornisa. Y después bajó. Y luego subió otra vez. Porque, además de todo, Luis también era inseguro. Subió y bajó durante todo el día.
Al anochecer se sintió exhausto pero feliz, vivo. Por primera vez experimentaba la gratificante sensación de haber hecho algo útil con su cuerpo. Corriendo y silbando bajó quince pisos por escalera. Un vecino casi no lo reconoció. Eufórico entró a su casa, se quitó la ropa transpirada y, deseoso de brindar consigo mismo, con el nuevo Luis, fue a la heladera en busca de algo fresco.
La abrió descalzo.
Santiago Álvarez. En frasco chico. Editorial Colihue.
::: Twilight zone, un sitio con mucho blues.