
El Circo Ambulante Morgan llegó a Riverville para dar una función de noche, y plantó sus tiendas en el parque situado en uno de los extremos del pueblo. Era un cálido atardecer de primeros de octubre, y a eso de las siete una gran multitud se había congregado ante la barraca principal del Circo, dispuesta a divertirse.
El espectáculo viajero no era nada del otro jueves en cuanto a presentación y calidad, pero su aparición fue saludada con alborozo en Riverville, una aislada comunidad montaraz que no contaba con cinematógrafos, ni teatros, ni campos de deporte, como los que existen en las grandes ciudades.
Los habitantes de Riverville no eran exigentes en sus diversiones; en consecuencia, la inevitable Mujer Gorda, el Hombre Tatuado y el Muchacho Mono les hicieron pasar un buen rato. Mientras contemplaban el espectáculo, masticaban cacahuetes y rosetas de maíz, bebían vaso tras vaso de limonada y mantenían ocupados sus dedos con los coloreados papeles que envolvían los caramelos. Continuar leyendo.
Joseph P. Brennan.
Ilustración de Camilo Clavijo.