La esposa de Charles Bliss
El reverendo Wiley me aconsejó no divorciarme
por el bien de los niños,
y el juez Somers me dio el mismo consejo.
Así que seguimos juntos hasta el fin del camino.
Pero dos de los muchachos le daban la razón,
y dos de los muchachos me daban la razón.
Y los dos de su lado me echaban la culpa
y los dos de mi lado le echaban la culpa.
Y cada pareja se afligía por su preferido,
desgarrados todos de tanto enjuiciamiento,
y el alma triturada de no podernos amar
a los dos.
Pues bien, los jardineros saben que la planta que nace en un sótano,
o bajo las piedras, crece torcida, amarillenta y débil.
Y una madre no debe dar de mamar
leche enferma.
Pero los predicadores y los jueces aconsejan que se críen almas
donde no les da el sol, sino solo media luz,
ni el calor, sino solo frío y humedad—
¡Los predicadores y los jueces!