Las calles de la ciudad están casi vacías. Se acerca la medianoche: medianoche de domingo. El día al sol los ha dejado agotados, el mar ha absorbido sus fuerzas. Bajan del coche en General Mitre y se dan las buenas noches a través de las ventanillas. El ascensor sube muy despacio. Sienten como si colgaran del silencio, miran al suelo como los jugadores de cartas después de perderlo todo.
Tiene los pechos pequeños y los pezones grandes. También, como ella misma dice, un trasero más bien grande. Su padre tiene tres secretarias. Hamburgo está cerca del mar.
Tiene los pechos pequeños y los pezones grandes. También, como ella misma dice, un trasero más bien grande. Su padre tiene tres secretarias. Hamburgo está cerca del mar.
El apartamento está a oscuras, Nico enciende una luz y luego desaparece. Malcolm se lava y se seca las manos. Todo parece tranquilo, recorre lentamente las habitaciones hasta que la encuentra de rodillas en el umbral de la puerta de la terraza, como si se hubiera caído.
Mira la jaula: Kalil está en el suelo.
Mira la jaula: Kalil está en el suelo.
— Dale un poco de brandy en la punta de un pañuelo — propone.
Nico ha abierto la puerta de la jaula.
— Está muerto — dice.
— Déjame verlo.
Está tieso. Sus patitas están curvadas y secas como una ramita. Parece más ligero: el aliento ha abandonado su plumaje; su corazón, más pequeño que una semilla de naranja, ha dejado de latir. La jaula está vacía en el frío umbral. Parece que no hay nada que decir, Malcolm cierra la puerta.
Luego, en la cama, escucha los sollozos de Nico. Intenta consolarla, pero no puede. Ella le da la espalda, no va a contestarle.
Tiene los pechos pequeños y los pezones grandes. También, como ella misma dice, un trasero más bien grande. Su padre tiene tres secretarias. Hamburgo está cerca del mar.
Fragmento de Am Strande von Tanger, de James Salter.